LOS
DISCOS DE LAURA DEVETACH: UNA HISTORIA CON CANELA.
Por Florencia Ortiz y Mariano Medina
CEDILIJ
Además de una escritora reconocida por la
calidad de su prolífica obra, Laura Devetach es una escritora querida. Y esto
se debe no sólo a lo que trasmite esa obra, sino también a la forma en que Laura
se insertó en los espacios de trabajo colectivo que durante los años ´60 y ´70
se caracterizaron por la interdisciplina.
A comienzos de los ´60 ya había sido galardonada como autora por el cuentoLa Planta de Bartolo (1º Premio Escuela Nueva José
Martí, Córdoba 1962) y por el libro (aún inédito en ese momento) La torre de cubos (Premio Estímulo a la Producción Literaria
del Fondo Nacional de las Artes, 1964). Pero muy pocos saben que las primeras
obras editadas por Devetach no fueron Los
Desnudos (Ed. La
Rosa Blindada , Bs As., 1965) y La Torre de Cubos (Ed. Eudecor, Cba, 1966), sino
dos discos simples con un cuento y algunas canciones compuestas junto al músico
Horacio Vaggione. Tanto en el canto como en la narración, la interpretación era
responsabilidad de Canela, por entonces una multifacética conductora de
programas infantiles de televisión que luego se destacaría como periodista,
editora y escritora.
A comienzos de los ´60 ya había sido galardonada como autora por el cuento
Entrando
en los medios
Vale detenerse un momento para mirar la
historia dentro de la cual se producen estos discos, porque se trata de un
capítulo importante y olvidado de la conformación del campo de la literatura
infantil en nuestro país.
La industria editorial –mayoritariamente
radicada en la capital porteña- había ampliado notablemente el segmento para
niños y casi contemporáneamente a estos
discos, María Elena Walsh empieza a ser conocida y popularizada. Recordemos que
en 1962 se edita su primer disco para niños, Canciones para mirar, interpretado junto a Leda Valladares.
Los medios masivos eran mirados con gran recelo por los sectores más tradicionales de la cultura para los niños, ya que se veía principalmente a la televisión como la gran enemiga de los libros y la lectura, debate que se acentuó en años posteriores. Por otro lado, se trataba de un espacio sin antecedentes locales, cuya oferta infantil se limitaba a poco más que las series de Disney.
Tomemos en cuenta el período, comenzando
por 1962. LW1 Radio Universidad Córdoba preparaba un estudio de televisión,
transformándose en multimedio.
Canela contaba 19 años, y a la vez que
trabajaba en la fábrica Káiser organizando actividades recreativas e
intelectuales para 9.000 empleados; cursaba la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y
Humanidades de la
Universidad Nacional de Córdoba. En esa misma institución,
una Devetach recientemente recibida desempeñaba el cargo de Ayudante alumna en la
materia Literatura Italiana.
Córdoba vivía desde comienzos de los ´50
una vertiginosa industrialización y a partir de los ´60 empezó a expandir en
paralelo su actividad cultural. En un clima de optimismo reformista y de una
modernización general de la sociedad, esta ciudad fue la sede de eventos de
impacto regional, nacional e internacional: los Salones y las Bienales
Americanas de Arte, patrocinadas por la IKA. Estos hechos estaban dando indicios del
fuerte impacto de las nuevas tecnologías
y del interés de la sociedad por la búsqueda y la experimentación en el arte
con recursos nuevos.
En este marco, Canela se había destacado
por su desempeño conduciendo una fiesta interindustrial, a raíz de lo cual fue invitada
a colaborar con la radio. Dos o tres meses más tarde, terminó integrando junto
a Juan Carlos Mesa y Sergio Villarruel, el equipo de lanzamiento del canal
televisivo. Al comienzo su rol era el de presentadora de las series enlatadas
destinadas al público infantil: le indicaban cómo moverse y qué decir. Pero su
capacidad y determinación le hicieron ganar en pocos meses espacio propio y Hola Canela se convirtió en unos de los
programas más vistos.
“Yo tenía una formación muy orientada a
lo intelectual”, cuenta. “Traía de mi casa un caudal muy interesente de Italia
y Argentina (costumbres, cancionero, folklore, etc.). Y además, por mandato
cultural de las mujeres por lo menos italianas, yo sabía bordar, coser, hacer
cajas, cortarle el pelo a una persona, hacer trenzas raras, tallar madera,
hacer escenografías de cartón para títeres de papel maché… Me gustaba sobre
todo cantar y escribir poemas. Yo era la más chica de diez hermanos muy
hábiles. Todo lo que se podía hacer manualmente, en mi casa se hacía. Todo eso
junto, a mi me daba no sé si autoridad, pero sí un criterio sobre lo que se podía
hacer en televisión y no se estaba haciendo. A mi me parecía que toda esa
vivencia se podía comunicar.”
En
equipo
Con simpatía, sentido común e
inteligencia, Canela consiguió hacer un programa ágil a la vez que rico en
alternativas y propuestas. Asegura un artículo de prensa de 1963: “La
televisión cordobesa ya creó sus propios ídolos... y uno de ellos es Canela, la
popular animadora de Canal 10” .
En los programas se alternaban canciones
con bloques informativos, juegos y concursos
para realizar actividades comunitarias,
artísticas y de vida en la naturaleza. Al menos una vez a la semana, se
representaba un cuento. Paralelamente, en la radio, realizaba el programa Historias de Canela. Los libretos de
ambos eran escritos especialmente por Laura Devetach. 60 libretos televisivos y
30 radiales, aproximadamente, en los cuales siempre estuvo presente “esa cosa
un poco lírica y un poco crítica que Laura tiene, y que se resuelve muchas
veces con humor. Un humor muy sutil, muy puesto en la sonoridad de las palabras,
en el juego y en la poesía”, recuerda Canela ejerciendo memoria.
“Cuando comencé con el tema de los
cuentos, fui a quien me parecía que era la persona más dotada. Laura ya era la
que hablaba de literatura infantil, y había escrito para chicos. E
ideológicamente muy definida, era uno de los referentes importantes del
alumnado de la universidad. Yo admiraba en ella la capacidad de traspasar todos
los clichés y meterse en la esencia de las cosas. Eso estaba en sus guiones,
que trataban el racismo, la desigualdad, el desamor, ¡los grandes temas! A
través de historias leves, que parecen como transparentes…”.
Es importante destacar que por entonces
la relación, la vivencia cotidiana y el manejo técnico de estos medios era todo
muy nuevo. Tanto, que a pesar de existir desde poco antes Canal 7, ni Canela ni
Laura tenían aparatos de televisión en sus casas. Canela comenzó a conducir sin
haber visto nunca antes un programa. “Eso hizo que trabajáramos con mucha
libertad. Ni siquiera teníamos la pantalla para mirarnos, como ahora que están
filmando y te estás viendo!”.
Laura preparaba los guiones y luego se
reunía con un pequeño equipo de producción para resolver cuestiones operativas
de la representación. En ese grupo estaban Víctor Viano (quien luego ilustraría
La Torre de
Cubos, 1966) y Miguel “Cachoito” De Lorenzi (quien ilustraría Noche de luna llena, 2006).
Para la creación de canciones, Laura
trabajaba con el musicalizador del programa, Horacio Vaggione, compositor que
en esa época se vio atraído por las vanguardias dedicándose a la música
electroacústica e instrumental. De hecho, en 1965, Vaggione fue co-fundador del Centro Experimental de la Música de la Universidad , donde
compartía fervores con otros músicos de su generación como Oscar Bazán, Graciela
Castillo, Pedro Echarte, Carlos Alberto Ferpozzi y Virgilio Tosco.
Paralelamente trabajaba componiendo
canciones para niños con Laura Devetach para los programas televisivos y
radiales de Canela.
Labor esencial del equipo desarrollaba el
legendario Jorge Bonino. Amigo
de Vaggione y Viano, este inclasificable creador (es una injusticia sólo
señalarlo como arquitecto y actor) fue el responsable de la puesta y la imagen
de los últimos años del programa televisivo Hola
Canela.
Discos de Cronopios
Fue Horacio Vaggione quien propuso la
grabación de unos discos simples. Cuenta Canela: “La iniciativa fue amistosa, no
tuvo - que yo recuerde - intensiones económicas. Lo hicimos con los escasos
medios con que contábamos, porque teníamos la necesidad de ver nuestra producción
plasmada en algo, de multiplicar una experiencia”.
Cabe aquí señalar que también en los
estudios se había trabajado con profesionalismo, pero austeridad. En Canal 10,
por ejemplo, donde Hola Canela se
emitió entre 1963 y 1964, se trabajaba sólo con una cámara. Los dos años
siguientes, Canela aceptó mudar el programa a Canal 12, donde le ofrecían frecuencia
diaria y muchas más posibilidades técnicas y económicas. Pero salvo algunas
tomas de exteriores que no se han conservado, todo el programa era emitido en
vivo. Y exceptuando un puñado de fotografías, no han quedado registros fílmicos
ni sonoros de esos ciclos. Por ende, y más allá de sus cualidades artísticas,
estos discos tienen un alto valor histórico.
Los discos se grabaron finalmente en el
mismísimo departamento que compartía Vaggione con su entonces pareja, la
entrañable Ana María Pelegrin, recientemente fallecida en Madrid. Pelegrin,
quien en esa época también era docente en la UNC (incluso había creado una materia,
Expresión Poética), ya entonces se ocupaba de la relaciones de la tradición oral y
de la poesía infantil; de las que se convirtió en divulgadora y referencia en
la investigación.
En la aventura, Vaggione fue acompañado
musicalmente por Juan Carlos Pinto.
Con meses de diferencia, salieron a la
calle primero el cuento El ratón que
quería comerse la luna; y luego Canciones
de Caramelo. Posiblemente hayan sido tiradas de 1500 ejemplares que
repartieron mano a mano y pusieron en venta en algunas librerías, entre ellas La Botica del Elefante, emprendimiento fugaz de
la pareja Devetach-Roldán (primera librería especializada en LIJ que haya
tenido Córdoba).
Ninguno de los entrevistados recuerda con
precisión el año de edición de los discos, pero fue entre 1964 y 1966. Devetach
hila recuerdos: “yo estaba embarazada cuando andábamos en estos trámites, junto
con Ana. Después las dos parimos hijos y discos y libros, todo junto”. Y el
hijo en cuestión, “Gustavito” Roldán, nació a mediados de 1965.
Cabe aclarar aquí que hasta el momento de
escribir este artículo no hemos podido comunicarnos con Vaggione, quien reside actualmente
en el extranjero.
El equipo había emitido El
ratón que quería comerse la luna en el octavo programa radial de 1965 y en uno televisivo, con
leves diferencias: los nombres (Cataplúm,
Bigotudo y Juancito, para el fonograma
pasaron a ser los más sonoros Ratatá, Bigotazo
y Pepito). En el programa también se recitó el poema Juancito
Volador, de María Elena Walsh.
La grabación del cuento es lo más
recordado, posiblemente porque Vaggione pudo hacer dialogar con la narración
todo su interés experimental. Afirma Canela: “Horacio es un gran músico y todo
lo que hizo era novedoso y muy creativo para la época. Recuerdo que después de
estudiar el caso, decidió poner el grabador sobre la cama grande para que
sirviera acusticamente”. Los detalles de sonorización logrados son excelentes.
Por su lado, expresa Devetach: “Canela siempre
tuvo una particular ductilidad y frescura. Hacía de voz narradora y también
hacía dos o tres personajes. ¡Además, cantaba…!”. Con respecto a la grabación,
“todo fue muy casero en cuanto a recursos, pero con un compromiso de parte de
Canela y el resto, que me mostró a mí cuánto se puede hacer con pocas cosas y
me dejó una impronta. Fue una tarea de creación compartida, de aprecio por lo
que cada cual hacía y de mucho goce. Horacio tenía una guitarra a la que le
faltaban cuerdas y la tocaba apoyándola en las piernas. Distorsionaba voces a
distintas velocidades de grabación y hacía las cortinas sonoras del cuento
con un peine y papel de seda, sacaba sonidos increíbles”.
Pelegrin tenía la virtud de los
fantasmas: aparecer y desaparecer en los momentos menos pensados, dejando
siempre sensaciones profundas en los presentes. De hecho, tanto Devetach como Canela
aseguran que colaboró en la grabación haciendo voces; pero ninguna está muy
segura de cuales son esas voces, irreconocibles tras la distorsión. “Me parece
que entre otras, hizo la voz del ratón que hace reflexionar a Ratatá”, arriesga
Devetach. Allí está entonces Ana Pelegrin, muy presente pero confundida entre
los demás, como ella prefería…
Luego del disco, en 1984, el cuento del
ratón fue convertido en libro por editorial El Ateneo. Y más tarde, en 1997, la
propia Canela en su función de directora de colecciones de Editorial
Sudamericana, lo rescató e hizo ilustrar por Oscar Rojas, convirtiéndolo en uno
de los títulos más vendidos de la serie Los Caminadores. Hoy supera las 8 ediciones, fue
merecedor del premio Cuadro de Honor 1997 de la Municipalidad de San
Miguel de Tucumán, y declarado Destacado de ALIJA en 1999.
Las canciones que se registraron en Canciones de Caramelo, pueden haber
formado parte de un libreto radial perdido de 1964 o 1965; luego reciclado con
el nombre de Año Nuevo, para el último programa televisivo de
1966 en Canal 12.
Mucho antes del libreto Año Nuevo, que dio marco a las canciones
que aparecen en este segundo simple, ya Devetach desplegaba el universo de
personajes tan cotidianos como maravillosos que sigue sorprendiéndonos. Entre
ellos ya está la Tía Sidonia ,
hoy convertida (o tomada por los lectores) como una alter ego de la autora.
También aparecía Petirilío, un pajarraco ponedor
de huevos cuadrados que encarnaba una personalidad infantil desfachatada,
increpante e ingeniosa. Años más tarde, con mayor desarrollo, fue el
protagonista principal de la obra de teatro El Petirilío y etc. etc., interpretada en Córdoba y México entre 1967 y
1978, y recientemente plasmada en libro (Editorial Comunicarte, Córdoba, 2015).
En el enredo de la historia, el tercer
personaje importante es el mismo “Año nuevo” personificado, que llega a casa de
Sidonia, saxo en mano. Los tres personajes -títeres despistados- preparan
juntos y al mismo tiempo (¡pero sin saberlo!) un mismo muñeco para dar a Canela
(“¡un regalo muy asú, y así, y asá…; un
regalo muy fu!”).
Curiosamente, los personajes de las Canciones de Caramelo (un marinero que anda en tren y otros“tipos pitirifláuticos”), son
secundarios en la trama de esta historia, llena de juegos pantomímicos y
musicales:
“Vamos,
vamos,
flor
de higuera,
a
buscar un regalo
para
Canela”…
Canela cerraría con este programa una
etapa de su vida, trasladándose de ciudad para contraer matrimonio. En 1967, el
Canal 13 de Buenos Aires la tendría como protagonista de La Luna de Canela. Sus programas cordobeses
habían generado un espacio propicio para la experimentación de talentosos
artistas en un clima de participación y creación colectiva que compartía una
visión de lo infantil que aún hoy sigue dando señales de vitalidad.
Villa
Jajá
Villa Jajá es la ciudad del marinero
que andaba en tren por ningún mar de
enero a enero.
Tiene un reloj que hace din don en año
nuevo
Tiene un reloj que hace din don en año
nuevo (*)
Villa Jaja riendo está el año entero,
pero el señor gobernador del bastón viejo
la orden dio de lagrimear en año nuevo
y de su tren hace bajar al marinero.
Jijí lloró Villa Jajá por el decreto
y el tren dejó lleno de hollín al
marinero.
Din don, din don, ya dio el reloj su
campaneo.
Din don, din don, ya dio el reloj su
campaneo.
- ¡Pare el reloj! - dijo gritón el
marinero -.
¡Villa Jajá no llorará en año nuevo!
Tomó al señor gobernador por el sombrero
y lo sentó sobre el hollín de los
calderos.
- Señor señor gobernador del bastón
viejo,
¡en la nariz te pintaré un lunar negro
si desde el tren no se corrige este
decreto!
Villa Jajá pudo reír en año nuevo
porque salió la nueva ley muy en secreto:
Que anden en tren, sin más ni más, los
marineros
cuando el din don se oiga sonar en año
nuevo.
(*) En la versión del libreto, este verso anticipa el
conflicto de la historia: “Din don, din don, para llorar por un decreto”
Piticanto
del año nuevo
Por la senda del limón
va llegando el año nuevo
piticantando cantando
pitisón de caramelo.
Las medias llenas de polvo
y en el saco dos remiendos,
pero lleva en el bolsillo
pitipan y piqueso.
El año nuevo pitiperdió
su piticapa de gran señor.
El año piticamina,
en la suela un agujero.
Pincha globos de colores
y los guarda en el sombrero.
La mula pitirebuzna
piticantos en enero.
¡Que los chicos pitidigan
si les tomamos el pelo!
El año nuevo pitiperdió
su bota roja de gran señor.
El
Ñaqui Ñaqui
En un charquito de soda
la nariz se me cayó.
¡Gluque, gluque, que desastre!
¡La pobre se me herrumbró!
Por limpiarla un poquitito
la froté con coliflor.
¡Gluque, gluque, que desastre!
¡La pobre se agujereó!
¡Ñaqui, ñaqui, que tristeza
por no poder arreglar
mi nariz con zanahoria
ni con pimpollos de azar!
Pero vino un elefante
del rubio país del sol,
y por cada agujerito
hizo brotar una flor.
Y ahora tengo sin buscarlas
en mi nariz adornada,
mariposas de tafeta
y ardillitas coloradas.
¡Ñaqui, ñaqui, qué tristeza
por no poder arreglar
mi nariz con zanahoria
ni con pimpollos de azar!
Canción
Luna
Luna luna luna del cañaveral
Dame tu nariz y me haré un dedal
Luna luna luna del cañaveral
dame tu nariz y me haré un dedal
Luna de moneda del Reino de Allá,
ven a mi alcancía y allí dormirás
No dejen que ruede montaña abajo
qué suelta, la luna nos da trabajo.
Luna de pomelo, de cuento y de sal,
tócame la flauta que quiero bailar.
Luna de pomelo, de cuento y de sal;
tócame la flauta que quiero bailar.
En el libreto había otras coplas anotadas para Canción Luna que
no fueron incluidas en la canción grabada. Muchos años después, algunas de ellas fueron incluidas por Mariano Medina en la canción De lana y canto, e intercalada con Canción Luna en el disco Quiensabe (Bonaparte-Medina-Raspo 2014) :
En el río la
luna esta mojada
¡Cázala con tu
risa de lana hilada!
En el techo la
luna se está helando
¡A tirarle un
ponchito de lana y canto!
Que la luna por
ojos tiene botones
y con ellos
sostiene sus pantalones.
Soplaré tu
pollera con un silbido
pero no podré
verte, estaré dormido.
Que los niños
que duermen bien tempranito
Ven dentro de la
luna un pajarito.
Luna de pollera
de frió metal
Te presto mis
piernas si quieres bailar.